Ingmar Bergman nació el 14 de Julio de 1918 y murió el 30 de Julio año 2007, en Suecia.
Dedicó su vida al cine y al teatro, dirigiendo 62 largometrajes y montando 170 puestas en escena. Así mismo, fue guionista y dramaturgo.
Sus films son auténticas exploraciones de la psique y el alma humana, centrándose en los conflictos internos de cada uno de sus personajes. En el núcleo de cada uno de ellos se encuentra la lucha que los seres humanos llevamos a cabo para relacionarnos unos con otros.
Esto no quiere decir que todos sus films sean iguales. En realidad, la capacidad de Bergman para mantener una variedad visual y argumental de una película a otra era infinita. Su creatividad parecía no tener límites.
Woody Allen ha elogiado más de una vez el manejo estilístico del director, enfatizando el espectáculo que éstos representaban. En palabras del mismo Bergman: “La manifestación de la sexualidad en el cine es muy importante para mi. No quiero hacer películas meramente intelectuales. Quiero que la audiencia experimente mis películas con todos sus sentidos. Eso es más importante para mi que lo que entiendan en un plano intelectual.”
Desde el título de una de sus primeras películas, Los Secretos de las Mujeres (1952), hasta las turbulencias en la vida de Marianne (Liv Ullman) en la mini-serie televisiva Secretos de un Matrimonio (1973) y su secuela Sarabanda (2003), la mujer fue uno de los principales objetos de fascinación de Bergman. Tanto sus guiones como su cámara exploraban los diferentes aspectos del físico y la psique femenina.
Los ejemplos son abundantes y variados: la tragedia de la bella Karin (Birgitta Pettersson) en El Manantial de la Doncella (1960), la complicada relación entre las hermanas en El Silencio (1963) y Gritos y Susurros (1973), el sufrimiento físico y emocional de Eva (Liv Ullman) en Shame (1968), la incansable búsqueda interna de Anna (Liv Ullman, una vez más) en La Pasión de Anna (1969), la confrontación entre Charlotte (Ingrid Bergman) y su hija Eva (Liv Ullman, por supuesto) en Sonata de Otoño (1978), y la relación simbiótica marcada por la polaridad y el paralelismo entre la famosa actriz Elisabet (Bibi Anderson) y la enfermera Alma (Liv Ullman, en su primera colaboración con Bergman) en Persona (1966).
Esto no quiere decir que la mujer haya sido el único elemento que capturara el interés del cineasta. Se pueden encontrar otro tipo de historias en su filmografía: el viaje iniciático de Isak Borg (Victor Sjöström) a través de su pasado en Fresas Silvestres (1959), el decenso a la obscuridad (o a la locura) de Johan Borg (Max Von Sydow) en La Hora del Lobo (1968) y el descubrimiento de extraños experimentos relacionados con el nazismo llevado a cabo por Abel Rosenberg (David Carradine) en la no tan afortunada El Huevo de la Serpiente (1977).
Otro claro ejemplo es la clásica El Séptimo Sello (1957), en la que un caballero cruzado (su eterno actor fetiche Max Von Sydow) lleva a cabo una partida de ajedrez con la Muerte, prolongando así su vida unos días más, en los que conoce a una serie de personajes que tendrán un fuerte impacto en su existencia antes de partir.
A medio camino entre drama existencial y pachequera Fellini-ana, El Séptimo Sello explora temas trascendentales para el ser humano; como el significado de la vida, la fe, el fin de los tiempos y la impotencia del ser humano ante la muerte. Todo esto enmarcado por una serie de imágenes que han pasado a la historia, gracias a la capacidad que Bergman tenía para crear momentos cinematográficos inolvidables.
Citándolo, una vez más: “El cine es como un sueño. No hay expresión artística que traspase nuestra consciencia como lo hace el cine. Entra directo a nuestros sentimientos, a la profundidad de nuestras almas.”
Ahora, unas palabras de su fan número uno, Woody Allen: “Conocí a Bergman en un hotel de Nueva York. No era para nada como uno se lo imagina: un genio obscuro y meditabundo. Era un tipo común y corriente. Sven Nykvist (su director de fotografía) me dijo que, mientras filmaban todas esas escenas que hablan sobre la muerte, se la pasaban haciendo bromas y chismeando sobre la vida amorosa de los actores.”
Y para terminar, unas palabras del crítico Leonardo García Tsao: “Las películas de George A. Romero o Tobe Hooper, digamos, no me causan miedo. Las de Bergman, sí. Una vez que uno ha rebasado el tostón de años, esa mirada inflexible sobre el vacío de la existencia, la soledad, la vejez y la muerte adquiere una resonancia aún más perturbadora. Ahora le toca a las generaciones nuevas de espectadores buscar esa obra fundamental y ahondar en sus incómodas verdades.”